Este 2023 será un año intenso desde un punto de vista electoral: votaremos a nuestros representantes en los ayuntamientos y es probable que terminemos el año con un nuevo inquilino en la Moncloa. Además, los ciudadanos y las ciudadanas de algunas comunidades autónomas votarán también a sus representantes regionales. En definitiva, tenemos por delante un año en que habremos de presenciar muchas campañas electorales pero también una oportunidad de oro para decidir con el sentido de nuestro voto el rumbo de lo público durante los próximos años.
Este escenario se me antoja como una oportunidad pero es importante confrontar el optimismo particular con el sentir general.
Mi humilde experiencia a pie de calle me indica que hablar de política en las barras de las cafeterías significa moverse entre el pesimismo y el enfado. He querido consultar los datos del CIS de febrero de 2023 per si arrojan un resultado distinto. A la pregunta sobre cuáles son los principales problemas que existen actualmente en España, los ciudadanos responden que los «problemas políticos en general», «el mal comportamiento de los políticos» y «el gobierno y los partidos políticos» se sitúan entre las primeras posiciones solo por detrás de la economía o el paro. La conclusión que podemos inferir es bastante clara: son muchos los ciudadanos que consideran el ejercicio de la política como parte del problema y no como parte de la solución de los grandes retos que enfrentamos.
Los datos tampoco mejoran si nos preguntamos por la gente joven. Si consultamos los datos del sondeo “Jóvenes, Participación y Cultura Política” correspondientes a 2017, último año de su edición, se indica que un 37% de los jóvenes declaran sentir mucho o bastante interés por la política en España. Por tanto, 4 de cada 10 jóvenes están interesados por la política y el resto, 6 de cada 10, la ven desde la barrera. La pregunta siguiente es evidente, ¿qué hacemos?
Para tratar de responder a esta pregunta, os quería compartir algo de lo que pude hablar hace unas semanas con Irene Milleiro. Por si no la conocéis, Irene dirige Ashoka España y durante varios años dirigió la plataforma Change.org en España y Europa. Si no conoces el proyecto, te recomiendo que puedas echarle un ojo: Change es una plataforma donde los ciudadanos piden cambios a sus representantes políticos. Gracias a la tecnología, estas peticiones son apoyadas por miles de personas que se suman a la petición del promotor logrando crear un cierto «ruido» social. Creo que Irene estaría de acuerdo si digo que, bajo su punto de vista, el futuro del ejercicio de la política pasa por la participación y la tecnología. Y permitidme mostrarlo con un ejemplo real.
El ejemplo: Carlos San Juan de Laorden
Probablemente conocerás a Carlos San Juan de Laorden, ese señor de ochenta años que lanzó la petición «Soy Mayor, no idiota». En ella solicitaba a los bancos que mantuvieran sus oficinas abiertas para poder atender a las personas mayores sin trabas tecnológicas. Como bien dice Carlos, puede que para una persona joven un trámite digital no suponga ningún esfuerzo, pero para muchos mayores sacar dinero o hacer una transferencia se vuelve imposible si es por una aplicación. Pues bien, esta petición de change.org rápidamente alcanzó el medio millón de firmas y, cuando llegó a las 600.000, Carlos viajó a Madrid para entregarlas en el Ministerio de Economía y en el Banco de España. De hecho, le recibió la vicepresidenta primera, Nadia Calviño, quien le prometió un plan específico para que las entidades bancarias garantizaran un trato humano a las personas mayores.
El caso de Carlos San Juan nos viene a demostrar que los ciudadanos somos (o debemos ser) actores protagonistas del ejercicio político. La representación política no agota, ni mucho menos, el ejercicio de participación ciudadana. Votar es solo un acto que realizamos cada cuatro años. No tendría sentido reducir el ejercicio de la democracia a colocar una papeleta en una urna cada 1.460 días. El reto está, creo yo, en fomentar esta participación y convertirnos en ciudadanos protagonistas de la gestión de lo público.
¿Espectador, víctima o protagonista?
Escribo todo esto porque está profundamente conectado con una distinción que usamos en coaching y que tiene que ver con el ser espectador, víctima o protagonista. Esta distinción la uso tanto en el trabajo con directivos como con equipos. Desde este marco, actuar bajo el rol de espectador significa asumir un papel pasivo. Es como si tomáramos asiento en la platea de cualquier teatro para ver una representación. El público ve desde la oscuridad lo que sucede en el escenario bajo la luz de los focos. Son dos universos que poco tienen que ver entre si: unos actúan y otros, sencillamente, miran.
Veamos ahora el rol de víctima el cual nos llevaría a convertirnos en damnificados por el ejercicio de la política. Este hubiera sido el papel de Carlos San Juan si se hubiera limitado a dar la tabarra a todos sus amigos y familiares sobre la injusticia que supone que los bancos cierren todas sus oficinas. Mucho hablar y poco actuar. De nuevo, nos encontramos con un rol pasivo y probablemente algo tóxico pues su inacción contamina al entorno.
Finalmente, emerge el rol de protagonista que no es más que la asunción de la responsabilidad respecto lo que sucede a mi alrededor. Hablamos de un rol activo donde la persona toma conciencia de las circunstancias del entorno y asume su papel en el orden de los acontecimientos. No es un actuar ingenuo sino corresponsable: Carlos San Juan ve una situación que considera injusta y decide organizarse y buscar los recursos necesarios para tratar de cambiarla o, al menos, tener un impacto.
El ejercicio de la política o del liderazgo nos recuerda permanentemente la pregunta sobre el papel que interpretamos. ¿Somos meros espectadores? ¿Nos lamentamos sin pasar a la acción? ¿O asumimos nuestra corresponsabilidad en los equipos, hacia el entorno, hacia la sociedad?