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Coautores de este artículo: Eulàlia Tort y Juan Vera

Juan y Eulàlia se conocieron hace un año cuando ella fue alumna del programa Coaching para transformar el poder y la política (edición 2022) que dirige Juan en la escuela Newfield Network. Para Juan fue una sorpresa cuando ella se presentó como periodista y experta en comunicación en el ámbito de los asuntos públicos, además de ser coach y estar en el camino del servicio y desarrollo de otros.

Eulàlia llegó recomendada por otros alumnos catalanes que la precedieron y tuvieron la perseverancia de seguir las 12 sesiones en horario de madrugada. Ese ya era un aval. Pronto Juan descubrió en la página web de Eulàlia que una de sus máximas en la vida es: La perseverancia tiene premio. Como Juan se ha defendido del dicho de que los tauros son tozudos u obstinados, diciendo que en su caso se trata de perseverancia, este puede ser un diálogo de perseverantes.

Después de terminar destacadamente su programa, Eulàlia escribió a Juan para invitarle a un libro de entrevistas que quería escribir con dos colegas más con la intención de desestigmatizar el sector del lobby y de normalizar las conversaciones sobre asuntos públicos, enfatizando las buenas prácticas y el aporte a la ciudadanía que podrían tener.

Juan aceptó de inmediato e investigó más sobre Eulàlia al saber que era profesora de Lobbiyng y asuntos públicos en la Universitat Oberta de Catalunya y en la Pompeu Fabra. Descubrió que era doctora en filosofía y estudios humanísticos de la Universitat Ramón Llull con una tesis centrada en la importancia de la estética.

La estética es indispensable para Juan como atributo de cualquier línea de acción en la vida. Supo, también, del interés de Eulàlia por el arte contemporáneo y su admiración por Antoni Tàpies, uno de los pintores y escultores más admirados por Juan desde que vio en su adolescencia el cuadro Homes i cavalls (Hombres y caballos) en el Museo de Arte Contemporáneo de Madrid.

Las coincidencias hicieron su efecto hasta que Juan decidió invitarla a escribir uno de sus Artículos articulados. Por eso, lanza su primera pregunta.

Juan Vera (J.V.):— Querida Eulàlia, pronuncio tu nombre intentando que se perciba el acento abierto sobre la primera “a”. Quiero que hablemos sobre el valor social de influir en el mundo de los asuntos públicos. ¿Cómo percibes tú la ética de influir?, ¿es un derecho que tenemos los ciudadanos?

Eulàlia Tort (E.T.):— Juan, es un placer compartir contigo reflexiones en torno a nuestra organización social y política. Inicio este intercambio con ilusión y me gusta la sensación de serenidad que se despierta en mí. Es una sensación parecida a la que tenía cuando asistía a tus clases, aunque fueran de madrugada y tratando temas, a veces, poco optimistas. Detenerme a pensar, reflexionar, escribir y compartir contigo me aporta perspectiva y esperanza. Así pues, gracias por este regalo.

Ahora sí, entremos en materia. Bajo mi punto de vista, la influencia es un valor ceñido a las sociedades democráticas donde la soberanía emana de los ciudadanos. Me atrevo a afirmar que sin democracia no hay lobby «stricto sensu». Hay otras prácticas que se le pueden parecer, pero que no son. De hecho, la idea de acceder de forma directa a los decisores políticos ha ido evolucionando a lo largo de la historia conforme a los sistemas políticos se democratizaban. Se dice, con algo de sorna, que el ejercicio del lobby es el segundo oficio más antiguo de la historia de la humanidad. A menudo se cita a los sofistas del siglo 5 antes de Cristo como a los primeros lobbistas en tanto profesionales de la persuasión. Con su dominio de la retórica y el método dialéctico lograban defender posiciones a veces encontradas, razón por la cual algunos sofistas fueron tildados de “manipuladores”. También en sociedades con regímenes despóticos ha habido y hay personas que tratan de influir sobre el decisor, pero es una influencia basada en la “agenda de contactos”, es decir, en tener amigos cerca del poder o de la toma de decisiones. Si me permites, esta práctica, a la que podemos llamar “amiguismo” o “enchufismo”, no tiene nada que ver con el ejercicio profesional del lobby a la que me estoy refiriendo.

Influir no es manipular. Influir es “hacerse cargo”. Y se “hacen cargo” tanto los ciudadanos como los decisores. Por un lado, los decisores públicos tienen el deber de estar informados de todos aquellos intereses en juego a la hora de tomar una decisión. Su obligación es escuchar a todas las partes afectadas en el ejercicio de legislar por el bien común. Por el otro lado, los ciudadanos, en tanto parte afectada deben participar del desarrollo de las políticas públicas defendiendo sus posturas e intereses, explicitando sus razones y argumentando. Estas son las “reglas del juego” de un lobby practicado de forma ética y sana que, bajo mi punto de vista, se debería fomentar.

Me preguntabas si el lobby o la práctica de la influencia es un derecho que tenemos los ciudadanos. Humildemente, te diría que estamos ante un derecho que es también una obligación: la defensa de nuestros intereses hecha de forma legítima me parece un paso imprescindible para la construcción de la sociedad democrática a la que todos estamos llamados a participar. Porque, en caso contrario, ¿con qué legitimidad le reclamarías a un decisor público una decisión tomada?, ¿con qué cara nos atrevemos a quejarnos de decisiones que nos afectan si antes no nos hemos tomado la molestia de explicitar nuestra posición ante las personas que realmente pueden generar un cambio? Como ves, entiendo el lobby desde la premisa de que todos tenemos voz y que nadie habla por ti. Otro tema será, evidentemente, cómo llevar a la práctica todo esto que venimos comentado, ya que es en el “hacer” donde aparecen a veces las complejidades y contradicciones inherentes a cualquier profesión.

Empezaste este intercambio citando a nuestro querido Tàpies y quiero compartir contigo una afirmación que hace en su libro El arte contra la estética (1974): “Es necesario que los hombres aprendan a respetar, pero también a menospreciar. E incluso a odiar ciertas cosas. La sociedad tiene que movilizarse y tomar conciencia de una vez por todas de que un auténtico amor al arte no consiste en la sola protección y fomento de las obras de arte. Que incluye la no aceptación de cualquier política que niegue o que no haga nada, o poco, para que se consiga el real goce social de la cultura. Que todavía es necesario luchar contra la misma mentalidad de esos caciques del pasado que no querían o no tenían interés en la alfabetización del pueblo para poderlo mantener ignorante o esclavizado”.

Tàpies se refiere a las políticas culturales de los años setenta, momento en el que escribe esta obra, pero traslado la cita al actual escenario político y me parece que sigue vigente la necesidad de que los ciudadanos aprendamos a respetar, pero también a menospreciar. Que nos atrevamos y nos comprometamos con el ejercicio de la política a la vez que menospreciemos aquellos relatos que quieren usurparnos nuestra capacidad de influir.

¿Qué opinas, Juan?, ¿cuál es tu percepción del ejercicio de influir? Precisamente estos días he tenido que viajar y me has acompañado con tu podcast. En uno de ellos, introducías una distinción entre influir y el ejercicio del lobby. Me gustará conocer tus impresiones, ¿qué resortes se te activan cuando escuchas la palabra lobby?

J.V.:— Querida, Eulàlia, he leído varias veces tu respuesta. Debería decir que la he escuchado desde tu voz serena y me ha encantado hacerlo. El ejercicio de influir tiene que ver con el poder y el poder es una aspiración de los seres humanos desde el momento en que tenemos uso de razón. Puede ser que incluso desde antes, desde un inconsciente en fase de formación. Nos importa dejar nuestra huella en el mundo.

“Liderazgo” es una de las palabras con las que nos referimos a la influencia y no siempre una influencia para que las personas hagan lo que queremos que hagan. A veces también para influir en que los otros se movilicen a encontrarse a sí mismos y a sus sueños. Podría ser muy larga la respuesta, pero en breve creo que influir es un verbo esencial cuando queremos ser consecuentes con nuestra existencia. Por eso, distinguí entre influir y hacer lobby, porque no siempre influimos para mostrar nuestros legítimos intereses y preferencias. Mi idea de articular, por ejemplo, es la de influir para generar el espacio en el que puedan encontrarse los puntos de vista de los distintos sin una intención prejuzgada del articulador, más que la de posibilitar el encuentro y tratar de que se salga de la pasividad o de los status quo imperantes.

Por eso, cuando tú respondes a mi pregunta sobre si influir es un derecho diciendo que también es una obligación, no puedo, sino estar de acuerdo. Estamos hablando del ser humano como un ser moral y desde ese punto de vista estamos abocados a buscar y defender lo que consideramos que es adecuado, conveniente, ético, correcto. De lo contrario, nos situaríamos en la amoralidad.

Dicho esto, es verdad que también existe una influencia que pretende la manipulación en la medida en que no busca aquello en lo que cree o considera un valor social, sino que por encima de ello persigue el beneficio y el poder propios, sin considerar los costos que pueda tener en el resto de la sociedad. Sin ignorarlo, nuestra conversación se sitúa en la mejor acepción de la palabra “influir” y la idea de que el ser humano se mueve por el bien cuando está conectado con su conciencia.

Es verdad que las palabras, como decíamos en el anterior Artículo articulado escrito con Alberto Hernández, se deterioran y se corrompen. Nos referíamos a lo fácil que es hoy desvalorizar el término “política”. Aborrecemos la política cuando observamos las malas prácticas y usos y, sin embargo, podemos convenir que nunca ha hecho falta tanta política como hoy, cuando su déficit deteriora la vida social. De la misma forma pienso que el lobby regulado, como tú lo describes, es una de las formas más elevadas de la transparencia democrática. Pero, junto a ello puede ser una manera de aprovechar las propias ventajas en una sociedad desigual para presionar a las estructuras del poder constituido y mantener posiciones de privilegio.

De la misma forma que hay que distinguir entre el objeto de la política y las prácticas de algunos políticos, debemos hacerlo también entre las leyes de lobby orientadas a la transparencia de los ciudadanos en su relación con los asuntos públicos y sus sujetos pasivos, y las prácticas espurias de algunos lobbistas. Ahora bien, volviendo a las intenciones originales, te he invitado a este diálogo porque comparto la mirada del lobby como lo hablamos en nuestra conversación con Carlos Parry Lafont. La posibilidad de seguir participando en la definición de políticas y los asuntos públicos más allá de la emisión de un voto cada x cantidad de años. La posibilidad de tener información directa y no intermediada por filtros de interés ideológico o económico. Equilibrar la distancia entre la política y el terreno. Si la montaña no va a Mahoma, Mahoma va a la montaña.

Y vuelvo a preguntarte, querida Eulália, desde tu cercanía a este mundo, ¿cuáles consideras que son los principales obstáculos para que la práctica ética de la influencia sea una conducta regular en las democracias?

E.T.:— Querido Juan, acepto de buen gusto el reto de contestar a esta pregunta y trataré de hacerlo desde la sencillez. No sé si es algo que también observas, pero en este mundo complejo e interconectado las respuestas sencillas son escasas. Sin embargo, al menos para mí, la sencillez es un valor que aprecio (y cada vez más) pues no está reñida ni con el rigor ni con la profundidad. Ser capaz de brindar respuestas sencillas a problemas complejos es un reto mayúsculo que nos ocupa y preocupa a los comunicadores, pero eso no quita que tratemos de esbozar reflexiones hechas desde la cercanía, la amistad y la profundidad.

Así pues, en un primer intento de respuesta, diría que el principal obstáculo para la práctica ética de la influencia es la falta de naturalidad. Me remito al diccionario de la RAE en su segunda acepción del término que la define como “la conformidad de las cosas con las leyes ordinarias y comunes”. En mi opinión, las cosas nos irían mejor si fuéramos todos más naturales, es decir, si nos ajustáramos al acuerdo social histórico que nos hemos dado y actuáramos de conformidad con las leyes ordinarias y comunes. Pero es cierto que la realidad es tozuda y que junto a los buenos profesionales conviven los casos de corrupción que ponen en tela de juicio el marco que nos hemos dado.

Quiero brindarte un ejemplo que nos regaló un ex-alto funcionario al entrevistarle para el libro en el que estamos trabajando con Carlos Parry Lafont. Hablábamos sobre la necesaria regulación del lobby que, en España, a diferencia de Chile, todavía está por desarrollar. Nuestro referente, como no puede ser de otro modo, son las instituciones europeas quienes han implementado iniciativas como el Registro de Transparencia, al que los lobbistas deben inscribirse para interactuar con los funcionarios, la “huella legislativa” que deja constancia de la influencia de los lobbies en cada etapa de elaboración de los documentos o los códigos de conducta y ética que supuestamente deben impedir los casos de “puertas giratorias”.

Pues bien, hablábamos con este alto funcionario sobre estas iniciativas y el anteproyecto de ley que el Ejecutivo del presidente español, Pedro Sánchez, había puesto sobre la mesa para regular nuestra profesión. Inevitablemente, entraron en nuestra conversación casos de corrupción, tanto españoles como europeos. El último y más relevante el escándalo en el Parlamento Europeo por el que Catar, Marruecos y Mauritania habrían pagado a diputados a cambio de influencia, una mancha que ha salpicado al más alto nivel incluyendo a la exvicepresidenta socialista del Parlamento Europeo y eurodiputada, Eva Kaili.

Pues bien, este alto funcionario nos lanzó una pregunta tremendamente sugerente: ¿Debemos legislar partiendo del #Qatargate o de los eurodiputados que día a día cumplen con sus obligaciones de una forma pulcra y escrupulosa? España, que todavía no ha desplegado el marco normativo del lobby, ¿cómo debe hacerlo?, ¿pensando en las empresas con prácticas corruptas o pensando en las empresas que hacen su trabajo conforme a las leyes? La pregunta es sugerente porque responder afirmativamente supone que nuestro marco normativo tiene que responder a la excepción. Es evidente que debemos regular porque la corrupción no es tolerable, pero atención en dónde ponemos el foco.

Te cuento todo esto porque me parece que la mejor forma de evitar la práctica no ética en la profesión es desde la naturalidad tal y como la entiende la RAE, es decir, practicando la conformidad con las leyes ordinarias y comunes de nuestras democracias, en el lobby y en todos los sectores.

Como sociedad nos hemos dado un marco de actuación y hemos llegado a un acuerdo social que debemos respetar, ya seamos ciudadanos, empresas, organizaciones o personas en el ejercicio del poder. Este marco es la línea que limita y protege el ejercicio de la influencia. Evidentemente, es un marco que puede ser revisado, ampliado, enmendado o lo que estimemos oportuno porque es cierto que, a veces, puede resultar obsoleto o encorsetado, pero siempre lo haremos en el marco del acuerdo social.

Alberto Alemanno es un profesor en la Escuela de Alto Estudios Comerciales – HEC París y especialista en Derecho europeo que ha creado The Good Lobby, una organización dedicada a defender causas sociales y a promover el lobby en el tercer sector. A muchos colegas no les ha gustado esto de que haya un “good lobby” porque automáticamente indica que hay un “mal lobby” y, por ende, la mayoría de lobbistas profesionales estarían trabajando en estos sectores considerados “malos”: la banca, las energías, las defensas o las farmacéuticas, por ejemplo. . Sin embargo, a mí me encanta su planteamiento. Primero porque también vengo del sector social y, segundo, porque la filosofía que hay de fondo es que todos somos lobbistas en la medida que habitamos sociedades organizadas y democráticas y usamos nuestra voz. En la “escuela” de Alemanno facilitan las herramientas a la ciudadanía para que pueda expresar su voz.

Y de nuevo, este “lobby ciudadano” o “buen lobby” del que habla Aleman no me lleva a la idea de la naturalidad. Si explicamos la profesión desde la naturalidad, si usamos nuestra voz en el marco de las leyes ordinarias y comunes, como reza la definición, podremos generar impacto. Se trata, por poner un ejemplo, de participar en los procesos de consulta pública que conlleva todo texto o de asistir a un pleno municipal o leer un programa.

No sé si he terminado de responder a tu pregunta. La verdad es que podría haberte contestado con temas que también me preocupan y que te resumo a continuación:

  • La falta de voluntad de escucha que observo en los dos lados, empresas u organizaciones y representantes políticos

  • Los ciclos cortos, tanto de los políticos como de los CEOS. A menudo las decisiones se toman con las luces cortas, buscando el rédito inmediato

  • La complejidad en la toma de decisiones y en los temas que emergen como, por ejemplo, la inteligencia artificial

  • La desafección política de los ciudadanos a la vez que la polarización

  • La falta de equidad en el acceso a los decisores públicos, pues no todas las voces son escuchadas ni participan en el debate en condiciones de igualdad

  • La falta de mecanismos de control cuando los medios están dejando de ser el “cuarto poder”.

  • El auge individualista y la falta de humildad. Escucho muchos relatos heroicos y pocos “no sé”.

De algún modo, todos estos temas quedarían recogidos en la idea de ”naturalidad”. Hablar de naturalidad me conecta con una forma de ser y de estar, tal vez poco heroica y muy mundana, pero es que en lo mundano está el acuerdo social. Ya ves que el planteamiento es poco “glamuroso”, pero me parece que en esta época de artificios es necesario volver a la esencia. ¿Es esto lo que tratamos de hacer como coaches, no es cierto? Aprovecho para preguntarte Juan, ¿cuáles crees que son las distinciones fundamentales para navegar en este entorno complejo donde el reto consiste en llegar a acuerdos?

J.V.:— Interesantes tus precisiones, Eulália, y difícil tu pregunta. No sé si todo lo que te responda pueda caer en la categoría de distinciones o son simples aspectos a considerar.

Desde luego, la primera distinción es que solamente es posible la convivencia social en la confianza y, por lo tanto, la sociedad debe no sólo establecer claras regulaciones de lo que es ético y de lo que no lo es, sino también dar importancia a la ética en todas las fases de la formación de las personas. Incorporar el rol de “guardianes de la ética” en todas las conversaciones públicas podría ser una forma de proteger algo que debiera ser transparente en nuestro actuar. Conectando con tu planteamiento de la naturalidad, podríamos llamarles también “guardianes de la naturalidad”.

La confianza requiere, además, del cumplimiento de los compromisos o de la información veraz y oportuna de las circunstancias no previstas que impidieron cumplirlos o que llevaron a tomar nuevos compromisos, a partir de situaciones que trajeron prioridades nuevas.

En segundo lugar, la convivencia social requiere de acuerdos y también de saber vivir juntos en el desacuerdo. En este sentido, volvería a un argumento que he repetido muchas veces. Tener clara la distinción entre opuesto y diferente. El respeto a la diversidad es una base requerida para un mundo plural. Eso supone privilegiar este valor sobre tradiciones culturales que pudieran condenar una elección que, estando fuera de su marco interpretativo, no fuera antiética. La diversidad no es una anomalía, sino un valor. La naturaleza nos lo confirma cada día.

Hecha la distinción anterior, vivir en democracia supone establecer normativas para que los opuestos puedan sentarse en la misma mesa y para ello del diálogo como un camino para la apertura de interpretaciones es una forma de conversación que requerimos. Aprender a dialogar es otra de las disciplinas que deberían ser obligatorias en todas las escuelas.

Sin duda una de las distinciones centrales en estos momentos es la de no confundir la democracia con la partitocracia, aunque la democracia esté basada en un sistema de representación a través de partidos políticos. Algo parecido podemos aplicar a la gobernanza de una corporación de múltiples accionistas.

La diferencia fundamental está en el concepto de representación. Ser representante es distinto a ser fideicomisario. Lo pondré en más fácil para acercarme a tu buena orientación a la sencillez. En la sociedad plural y cambiante el representante, para serlo, tiene que estar en permanente contacto con el representado, para conocer así sus posibles variaciones con respecto al mandato que le otorgó. La partitocracia actúa como si el voto fuese un fideicomiso que le da el poder para hacer desde ese momento lo que quiera.

Un voto no es un cheque un blanco es una preferencia que tiene que ver con la oferta hecha con respecto a una demanda determinada, que puede cambiar ante las variaciones del contexto. Uno de los problemas de la partitocracia es el de la captura de los votos para después sentirse detentadores del poder capturado como agentes independientes. Eso aleja al ciudadano de la política en la medida en que los actores políticos se alejan del ciudadano.

Desde el ángulo opuesto, un aspecto imprescindible es que el ciudadano sea consciente de que su derecho a reclamar está relacionado con su obligación de ser un actor político interesado en participar en las decisiones de la comunidad. Cuando se sale del sistema no puede pretender que el sistema adivine sus preferencias ni defienda sus posiciones.

En este momento, Eulália, pondría como una gran prioridad de nuestra sociedad la formación de ciudadanos conscientes de que su ciudadanía implica un rol activo y no el de tomar la posición de víctimas, con el riesgo de que nos dejemos engullir por el triángulo dramático del análisis transaccional, el modelo concebido por el psicólogo Stephen Karpman. Esa es una de las principales amenazas hoy. La aparición de salvadores de esas supuestas víctimas que terminen acaparando el poder y por consiguiente bloqueando esa lícita y orgánica influencia que da título a este artículo.

La función social de influir choca con la autoimagen de un salvador elegido que se convierte en el poder y el lobbista a la vez. En elector y elegido. En ejecutivo, juez y parte.

Y llego a mi última pregunta, Eulália, para terminar con una mirada apreciativa, ¿cuáles propones como las tres principales garantías que deben existir en una sociedad democrática para el ejercicio de un lobby honesto como ambos queremos que sea?

E.T:— Gracias, Juan, por esta invitación de nuevo a reflexionar y profundizar. Empiezo ofreciéndote una respuesta que reconozco como romántica y no sé si también algo naíf. Una primera garantía para el ejercicio del lobby, bajo mi punto de vista, tiene que ver con recuperar el papel de la prensa como cuarto poder. Los medios definen (o definían) en gran parte la agenda pública y, por ende, tienen la capacidad de marcar la actualidad. Además, al buen periodismo le es inherente la función de contrapoder tanto en lo económico como en lo político y, por tanto, debe ejercer la función de “control democrático”. Pienso en el periodismo que investiga y que va más allá de una lógica de réplica y contrarréplica a la búsqueda del titular.

Por otro lado, sigo tirando del hilo que lanzas introduciendo a los partidos políticos en nuestra reflexión y le añado el tema de su financiación. Es fundamental desvincular el lobby de la suficiencia de recursos económicos de las asociaciones políticas. Me refiero a donaciones privadas en todas sus formas: desde fondos hasta regalos o pagos de dietas y viajes. El problema está claro: las donaciones se pueden vincular a intercambios injustos de favores o beneficios. La solución probablemente pase por regular el sistema de financiación de los partidos haciendo una apuesta por lo público como es el modelo de Francia.

Y como me pides tres garantías termino apelando a la transparencia. El ejercicio de la influencia es absolutamente legítimo y, por ende, debe ir acompañado de la exigencia de una total transparencia respecto a los intereses que representan los lobbistas y los ciudadanos debemos tener acceso a la huella legislativa.

Juan, gracias por este diálogo que aporta profundidad a este trabajo tan bello. Aprovecho para formularte una última pregunta. Y en este caso me gustaría preguntarte por la parte de movilización ciudadana. En mi opinión, las nuevas tecnologías han democratizado el ejercicio de la influencia en la medida en que es más fácil unirse en torno a una causa común y elevar la voz. Pero a menudo constato cómo estos proyectos de unión ciudadanos aparecen a la misma velocidad que desaparecen y su discurso queda a nivel de superficie. Creo que ambos somos lectores de Byung-Chul Han y tal vez estamos ante lo que él llama psicopolítica, una forma de ejercer la política o los compromisos públicos hecha desde la emocionalidad y, por tanto, con poco recorrido de fondo porque igual que viene, se va. Siguiendo a Han y enlazándolo con tu propuesta articuladora, ¿cómo trabajar en una política basada en el sentimiento y no en la emocionalidad?

J.V.:— Gran pregunta para terminar este diálogo, Eulàlia, y efectivamente Byung-Chul Han nos advertía de una estrategia que cuando leí su libro Psicopolítica en el 2015 pensé que era algo alarmista. El tiempo ha venido a dar la razón al filósofo coreano-alemán. Cada vez la política se mueve más en un escenario de performance. La falta de contacto con la ciudadanía y sus realidades se sustituye por el manejo de las emociones. Las redes sociales traen una altísima capacidad de contacto y creación de nodos sin contenido. Podemos llegar a millones, pero esa llegada busca solo provocar reacciones. Más que argumentos son estímulos para la reacción emocional. Por su naturaleza las emociones son fugaces y, por lo tanto, no tienen la capacidad de generar convicciones sostenibles en el tiempo. Como dice Han las emociones no tienen narrativa, carecen de duración.

Traes la distinción que el propio Han establece entre sentimiento y emoción. El sentimiento está más cerca de una racionalidad narrable. Una política basada en el sentimiento vuelve a requerir de un discurso que genere un proyecto de mundo, la narrativa de una sociedad que cultive valores y una forma de convivencia que no sea la huida de un espacio odiado, sino la búsqueda colectiva de un horizonte deseado, que sea el resultado de una forma de vivir juntos.

La partitocracia a la que me he referido en mi respuesta anterior se acerca al ciudadano en las elecciones para capturar votos, provocando odios contra sus enemigos. Juegan con el desencanto y la sensación creciente de desamparo que ellos mismos provocan. Escenifican una obra llena de emociones para lograr la adhesión, sin tener que mostrar las bases reales de un proyecto sostenible.

Por resumir, dado que estamos próximos a superar el espacio de este artículo, trabajar una política basada en el sentimiento requiere:

  • Permanencia de la cercanía entre representantes y representados

  • Construcción colectiva del escenario en el que sí estuviésemos dispuestos a participar y convivir

  • Salir del estímulo inmediato del juego. Han habla en su libro de la ludificación del trabajo que ha ido trasladándose a la política y que podríamos entender como la promesa de un premio inmediato cuando las transformaciones que requerimos se acercan más a la sangre, sudor y lágrimas de Churchill

  • Y, antes que nada, del difícil desafío de reconstruir la confianza perdida en la política y sus instituciones. Mientras no haya mea culpas será difícil.

Celebro, Eulàlia, que hablemos de todo esto, porque finalmente tiene que ver con la función social de influir, de poder sacar la voz con transparencia. No es tiempo de conversaciones detrás de los visillos. No requerimos susurros, sino palabras en voz alta y mirando de frente. Gracias por este café tan conversado.

Eulàlia y Juan se despiden con la sensación dulce del encuentro. Juan espera que el proyecto de libro del que Eulàlia le habló hace meses siga adelante, que supere las barreras que encuentre y que sirva para establecer ese derecho de los ciudadanos de saber y presentar sus intereses particulares y sus pareceres como actores políticos activos de una forma limpia y directa.

Eulàlia sabe que tiene que cruzar la calle ancha que aún separa las ideas y las intenciones de la posibilidad de que se concreten en acciones, pero se reconoce joven y mujer. El futuro también lo es.

No será esta la última conversación que tengan.

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Eulàlia Tort

Eulàlia Tort

Soy Eulàlia Tort, Coach experta en comunicación. Ofrezco los servicios de: Coach Profesional / Coaching para Particulares / Consultoría / Formación a medida.

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