Dicen los fundadores del coaching ontológico, Julio Olalla y Rafael Echeverría, que no podemos intervenir en un mundo que no sabemos observar. De algún modo, con esta afirmación, apuntan a la necesidad de ampliar nuestra mirada para ser capaces de interpretar e intervenir en nuestra sociedad. Si no somos capaces de «leer» nuestro entorno, difícilmente seremos capaces de ofrecer una propuesta útil y valiosa para nuestros conciudadanos y para nuestros clientes. Por esta razón en este post me propongo realizar algunos esbozos sobre la siguiente pregunta: ¿Están nuestras conversaciones a la altura de los retos globales que enfrentamos?
Vivimos sumergidos en un mundo que no siempre somos capaces de entender, de cambios acelerados que se solapan los unos con los otros. A mi modo de ver, la particularidad del siglo XXI se encuentra precisamente en este aspecto, en que los cambios no solo se han acelerado sino que se solapan los unos con los otros. Baste un ejemplo pragmático para entender a qué me refiero: si las empresas todavía estaban lidiando con las consecuencias de la pandemia y cómo éstas afectarán a sus equipos, negocio y clientes, ahora se añade una crisis energética que ha disparado los precios. El ejercicio de mandar un presupuesto a un cliente, en este entorno, se convierte en algo tremendamente complejo pues la tarifa propuesta hoy puede ser que pasado mañana sea insostenible.
Problemas globales
Junto a estos retos del día a día en tiempos de cambio, existen otros retos de largo alcance. Es lo que el provocador historiador Yuval Noah Harari ha definido como «problemas globales» los cuales necesitan soluciones globales. De algún modo es como si estuviéramos insertos en una estructura de círculos concéntricos donde cambia la escala y el alcance del reto pero todos ellos están interrelacionados.
En primer lugar, Harari cita en su obra «21 lecciones para el s. XXI» el desafío nuclear. Le podemos llamar desafío o, más bien, «pesadilla de la humanidad». Ahora en tiempos de guerra en las fronteras de Europa asistimos atónitos a un estira y afloja entre Rusia y Ucrania acerca de la central nuclear de Zaporiyia. Además, varios países inician programas de enriquecimiento de uranio al margen del Tratado de No Proliferación Nuclear firmado en 1968 para restringir la posesión de armas nucleares y la proliferación de armas de destrucción masiva. Como afirma Harari, en un mundo capaz de la destrucción, «la supervivencia dependerá de privilegiar la prevención de la guerra nuclear por encima de intereses de cualquier nación en particular».
En segundo lugar, el desafío tecnológico. Harari se refiere a la irrupción de la Inteligencia Artificial y la utilización de la bioingeniería para «mejorar» al ser humano y crear nuevas formas de vida. Así, surgen inevitablemente grandes preguntas a las que todavía no podemos contestar y que cubren ámbitos tan amplios como las «prótesis» que supuestamente mejorarán nuestro desempeño, el desempleo masivo al que nos conduce la era tecnológica o la propiedad de nuestros datos que hasta la fecha almacenan grandes empresas en Silicon Valley.
Finalmente, el tercer reto a escala global es el colapso ecológico con el cambio climático como la perspectiva más turbadora. Los que vivimos en el Mar Mediterráneo hemos tomado nota de lo que significa que la temperatura del agua haya subido dos grados: tormentas jamás vistas que destruyen las costas, imposibilidad de cultivar mariscos pues mueren por las altas temperaturas o presencia masiva de medusas. Como afirma Harari, «si continuamos de la misma forma, no solo provocaremos la aniquilación de un porcentaje de todas las formas de vida sino que también podríamos minar los fundamentos de la civilización humana».
Resulta harto evidente que ningún estado puede enfrentarse solo al reto ecológico, tecnológico o nuclear. La globalización nos ha llevado a una interdependencia que ha acercado personas y culturas a la vez que nos ha situado en una posición más frágil y vulnerable. La amenaza nuclear no es contra un país sino contra todas las naciones, lo mismo que el calentamiento global. Todas las naciones nos jugamos lo mismo y nos interesa evitarlo.
Las conversaciones en nuestro entorno
Ante este panorama es imposible permanecer impasible. Son muchos los ciudadanos que conscientes del reto que hoy enfrentamos deciden contribuir al cambio en la medida de sus posibilidades: ya sea con sus trabajos, apoyando a una organización o liderando iniciativas de impacto comunitario.
En mi rol como coach tomo conciencia de que la gente vive (vivimos) cada vez una vida más solitaria a pesar de la «supuesta» conectividad que nos han traído las tecnologías. Por desgracia, afirma Harari, «durante los dos últimos siglos las comunidades íntimas se han estado desintegrando» y nuestras vidas se han convertido en más solitarias y aisladas. Compartimos experiencias en redes sociales, sí, pero son experiencias sin significado, superficiales, que carecen del ser.
Decía Ortega que la realidad de nuestras existencias se configura en las conversaciones que mantenemos con el sistema del que formamos parte. Así que la pregunta siguiente resulta evidente, ¿Qué conversaciones se dan en este entorno de crisis globales y de seres aislados? ¿son conversaciones posibilitadoras? ¿son conversaciones desde la desesperanza? ¿Puede emerger la esperanza?
Nos recuerda el maestro Juan Vera, referente internacional en coaching al poder y coach de políticos, que «no es posible un contacto pleno con el mundo (las afueras) si no estamos en contacto pleno con nosotros y logramos la experiencia de la auto-conexión (estar en nuestro propio centro)». Formulado de un modo más simple sería algo equivalente a reconocer que difícilmente podré sostener conversaciones con el entrono si no soy capaz de aguantarme ni a mi misma.
Las conversaciones de las empresas
¿Y qué sucede con las organizaciones, con las empresas que día a día levantan la persiana para generar valor, para generar riqueza? Evidentemente las empresas actúan en medio de todo este entorno que se tensiona entre la dimensión global y la local. Afirma Vera en su obra «Articuladores de lo posible» que «con frecuencia las organizaciones viven su discurso independientemente de la conversación que se está dando en el mundo. No tienen el poder para imponer ese discurso, pero a pesar de todo se quedan en él, esperando pasivamente que la conversación pase por su lógica en algún momento y convirtiéndose en un testigo mudo sin capacidad de aprendizaje ni de intervención».
Hay quien cree que una organización es más efectiva cuando se concentra exclusivamente en aquello que sabe hacer. Ya sea la prestación de un servicio o la fabricación de un producto. Sin embargo, este planteamiento nos parece insuficiente pues las empresas en el siglo XXI son agentes de cambio con un rol protagonista en los grandes retos que enfrenta la humanidad.
Las organizaciones tienen una enorme capacidad de escucha, de interacción, de intercambio, de generar futuro y de generar visión. Por tanto, cualquier aproximación a la gestión empresarial que olvide el entorno y su gestión nacerá ciega y su subsistencia quedará puesta en cuestión.
Gestionar el entorno no es fácil. Manejarnos en un entorno volátil, incierto, complejo y ambiguo requiere de audacia y humildad, en su justa proporción.
Cuenta conmigo si os puedo ayudar a generar conversaciones más posibilitadoras.