Escribo este post porque, con toda humildad, quisiera compartir la conclusión a la que he llegado después de trabajar con varias personas y equipos que deseaban mejorar en su comunicación. El común denominador que he encontrado para resolver muchas de las circunstancias que rodeaban a estas personas y equipos es, sin lugar a dudas, la empatía. Hablamos de ella con mucha ligereza pero cuando nos la tomamos en serio y gestionamos nuestras relaciones desde la escucha al otro, las cosas toman una nueva dimensión. De verdad, señores, lo de la empatía es cosa seria y merece la pena que le dediquemos todo el tiempo del mundo.
He trabajado con personas que querían desarrollar su capacidad de hablar en público, con líderes de equipo que debían enfrentar el reto de liderar reuniones y presentaciones, equipos comerciales que debían hacer frente al salto de la comunicación por pantallas, equipos donde sus componentes trabajaban en silos y la comunicación era totalmente por correo electrónico a pesar de trabajar a tres metros… La llave del candado es, sin duda, «apagar la propia radio» y atreverme a conectar con la radio ajena del vecino o vecina, atreverme a escuchar la vida desde su lugar en el mundo. Cuando somos capaces de hacer esto, un abanico de posibilidades se abre ante nosotros.
Qué es la empatía
El Diccionario de la Real Academia Española define empatía como la «capacidad de identificarse con alguien y compartir sus sentimientos». De algún modo sería como participar en la interioridad del otro, es una conexión con una cierta profundidad.
A diferencia de la simpatía (a menudo se las confunde), la empatía es una decisión, un ejercicio racional. Puedo conectar empáticamente con alguien cuando decido «entrar» en el otro y, por tanto, apago mi propia voz. Una voz que probablemente tiende a aconsejar ante los problemas ajenos, una voz que tiende a juzgar o valorar la situación del otro, una voz que busca solucionar la vida de los demás. La empatía requiere de un esfuerzo, es reflexiva, es crítica.
Estoy convencida de que en algún momento te habrá tocado vivir una etapa complicada. Por las circunstancias que fueran. En esos momentos, tal vez te animaste a explicarle lo que te sucedía a alguien de tu entorno o que mereciera tu confianza. Es muy probable que en alguna de estas conversaciones te encontraras con personas que, con la mejor intención del mundo, asumieron el papel de «solucionadores de tus problemas». Puedes detectar fácilmente a los «solucionadores» porque usan expresiones tipo: «no es para tanto», «ya verás como todo se soluciona», «a mi me sucedió y lo que hice fue..:», «no te preocupes, a la próxima lo consigues».
Debo reconocerlo: yo fui una «solucionadora». Fui y, a veces, me sorprendo siéndolo. Cuando eso sucede, debo recular, tomar conciencia y conectar de nuevo con lo que la persona me cuenta, no con lo que a mi me sucede. Es este un reto en el que trabajo día a día.
Empatía en la comunicación
En el trabajo que llevo a cabo con equipos, pongo mucho énfasis en la empatía, especialmente en los roles de liderazgo. Me parece un gran punto de partida pues antes de decidir de qué manera nos queremos comunicar, tiene sentido que nos intentamos entender, que intentemos comprender desde qué lugar me habla la otra persona:
- ¿Qué le preocupa?
- ¿Qué es lo que realmente le importa?
- ¿Cuáles son sus aspiraciones?
- ¿Cómo es su entorno laboral?
- ¿Qué mensajes recibe en su entorno familiar, social?
- ¿Cuál es su actitud en público?
- ¿Qué aspecto tiene?
- ¿Qué le da miedo?
- ¿Qué obstáculos debe enfrentar?
Son preguntas sencillas pero con una cierta profundidad. Y como dice mi amigo Carlos, no se trata de que ahora todos nos convirtamos en coaches. No es eso. Se trata de aprender a relacionarnos, de entender al otro, de identificarme con sus circunstancias. Así, es probable que descubras que aquellos comportamientos o actitudes que aparentemente no tenían sentido y que te dolían, ahora se explican e incluso te posibilita la toma de decisiones.
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